En la ruta del Gallito (13)
Por Frik
Al gran Víctor del Real, (Quito pa’ los cuates, aunque yo siempre le dije Vic) oriundo de Zacatecas y afincado desde muy pronto en la Ciudad de México, siempre con una pata en su terruño y otra acá; era difícil no topárselo a mediados de los años ochentas en el ambiente del periodismo cultural alternativo y rockero de esta Ciudad. Ingeniero, maestro de matemáticas, militante trotskista, apasionado de la cultura y creador-conductor de múltiples esfuerzos editoriales universitarios e independientes, lo conocí en enero de 1987, cuando en mancuerna con su tocayo Víctor Roura editaba el tabloide de “nuevo periodismo” Las Horas Extras, donde había visto que tenían espacio para publicar historieta, y por ello fui a tocar la puerta de la oficina que tenían en el segundo piso de la calle de Orizaba 13, muy cerca de la glorieta del Metro Insurgentes. De inmediato aceptaron el material que les llevé con una cálida y muy comprensiva actitud frente a mis trazos horrorosos de aquélla época, por lo que pronto fui un asiduo colaborador (en la medida que mi espasmódica imaginación lo permitía) no sólo de las Horas Extras (que al poco tiempo terminó) sino también de las revistas Diálogo y Dosfilos de Zacatecas, y algunos otros impresos que el camarada Del Real editaba solapas, y para los cuales también me pedía caricaturas e ilustraciones. En ese furor editorial que caracterizaba a don Vic, resultó que también hizo mancuerna en algún momento de los años 90 o 91 con el máster Rogelio Villarreal para editar La Pus Moderna, (mítica revista que sucedió a otra leyenda, La Regla Rota) y que entre sus colaboradores tenía al muy movido huérfano del Gólem Edgar Clement, con quien hicieron migas muy pronto (y yo ni enterado, manque éramos compañeros de grupo y de “dolor”.) Según relata Clement en el documental Materiales Para Resistir la Realidad, (que es la historia del Gallito y el Taller de Perro, hecho por Producciones Imperdonables, y editado en DVD en 2015) Rogelio y Víctor fueron su paño de lágrimas cuando les contó las desventuras de los miembros del grupo defenestrado de su propia revista de mala manera (¡y eso que faltaba la decepción de la Zona Mona!) y a buena parte de los cuales Victor ya conocía, o tenía referencia sólida de su chamba.
Y hasta ahí hubiera quedado un desahogo que no tenía porqué pasar a mayores… de no ser porque al camarada Del Real le venía bien saber de este esfuerzo grupal, pues él traía también atorado un proyecto de revista de “monitos” que, por las razones que fueran, no había podido concretar hasta ese momento.
Y fue entonces que en un festejo en casa de Clement, luego de aquél desahogo a finales del año 91 y con casi todos los miembros del grupo presentes, que nos soltó como quién no quiere la cosa la noticia (¡que parecía broma!) de que con nuestro trabajo y colaboración, si estábamos de acuerdo, iba a editar una revista que se iba a llamar “El Gallito Inglés”. Con las reservas y escepticismo del caso, aceptamos de inmediato y con entusiasmo, casi todos. Aquello estaba ni mandado a hacer, venía junto con pegado. Por un lado el esfuerzo de un colectivo con trabajo acumulado de un par de años de un proyecto que fracasó y los frustró terriblemente, y por otro la voluntad de un editor que también buscaba colaboraciones y colaboradores que se quisieran unir y amoldar al proyecto de revista personal que él tenía en mente. ¿Qué podía salir mal?
Lo extraordinario es que en este caso ¡NADA! O al menos nada que importara en este arranque, que fue promisorio, ideal, y prometedor… hasta que luego del número siete de la revista la cruda realidad volvió por sus fueros, y nos puso a todos en nuestro lugar. Nada de lo cual impidió, gracias a la sagacidad de Víctor, que el Gallito, y nosotros con él, siguiéramos hasta el número 60, con desavenencias y trompicones, como cualquier familia disfuncional que se respete, nueve años después.
Pero eso es algo que seguiré contando en las entregas por venir.