En la ruta del Gallito (10)
Por Frik
Como ya dejé entrever antes, para los primeros colaboradores externos y noveles que llegaron atraídos por el espacio y fueron aceptados, Histerietas fue como un sueño hecho realidad que superaba todas las expectativas.
Parafraseando a Eduardo Rocha Quintana, uno de los primeros proto moneros que llegó por el boca a boca que se corrió como pólvora en 1988:
–Luego de que Magú dijera que aceptaba mi colaboración allá en las oficinas de La Jornada, yo daba brincos de felicidad. Cuando ya me retiraba y estaba a punto de subir al ascensor que me llevaría a la planta baja, Magú me alcanzó corriendo:
-Oye, se me olvidaba decirte que aquí por publicar se paga.
-¿Y cuánto hay que pagar? Le pregunté bajoneado, pero dispuesto a juntar lo que hiciera falta para ver mis dibujos en el impreso.
-¡No, que aquí se te paga por publicar! Contestó Magú muerto de la risa.
De los muchos aspirantes que llegaron arrancando el suplemento entre los años 88 y 89, algunos fueron aceptados casi de inmediato, luego de pasar por el filtro de las observaciones técnicas y críticas de Magú, mientras que a otros los hacía esperar semanas, meses… o hasta años, si eran lo suficientemente perseverantes y no cejaban en su empeño. (Cosa que personalmente, a toro pasado, creo que a mí me faltó.)
Entre los afortunados primerizos que aceptó casi de inmediato; Eduardo Rocha, Edgar Clement y José Martínez Quintero, que ya hacían sus pininos desde antes garabateando en sus escuelas o trabajos (o cómo Quintero, exponiendo en el Museo Nacional de Culturas Populares) se entabló una buena relación desde el principio.
Pero nada es perfecto, y aunque por supuesto que ellos, cómo el resto de esa tropa monera, estaban contentos de haber sido incorporados al suplemento… andando el tiempo, algo así cómo un año, comenzaron a sentir algo de frustración al no poder ver su trabajo publicado de inmediato cuando entregaban, pues tenían que hacer cola detrás de otras colaboraciones. ¿Y eso por qué? Pues porque en las ocho páginas del suplemento NO CABÍAN todos los moneros al mismo tiempo.
Los de casa y ya probados veteranos tenían preferencia sobre los recién llegados que, en ocasiones, se desaparecían y no regresaban nunca, o no siempre eran regulares en sus entregas, o de última hora debían corregir cosas que a Magú no le gustaban, y un moderado pero contundente etcétera de razones por las cuales no contaban con un espacio seguro semanal.
Así las cosas, algunos de estos jóvenes colaboradores se comenzaron a impacientar. Hubo quien sin renunciar a su derecho de publicar en el suplemento, se fue en busca de otros espacios en periódico y revistas… y hubo los que en un momento de inspiración, acordaron entre ellos que sería buena idea crear un lugar propio, y fundar una revista donde escribir y dibujar sin restricciones.
De cómo fue que les fue a estos iluminados seres y a otros más, hablaré en las entregas por venir.