La mujer friki: el Tercer Estado del Tercer Estado
De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española (2012), el friki es un individuo “extravagante”, “raro” o “excéntrico”, así como también “una persona que practica desmesurada y obsesivamente una afición”. Para aquellos que hemos estudiado el fenómeno de la cultura e identidad friki1 en México, esta definición no solo es inexacta, sino que está cargada de connotaciones peyorativas. Sin embargo, la RAE captura muy bien la forma como el “otro”, aquel que no se identifica como friki, lo define.
Todos los que nos auto adscribimos como frikis hemos escuchado en algún momento de nuestra vida que somos “seres infantiles”, “inadaptados sociales” y/o “alienados”. Por lo que no es una exageración afirmar que la identidad friki es una identidad estigmatizada (en gran medida, porque los productos y manifestaciones culturales que forman parte de la cultura friki son objetos estigmatizados: los cómics, aún hoy en día, se consideran expresiones artísticas menores, la literatura de fantasía heroica, ciencia ficción u horror, sigue lejos de los estantes de la “alta literatura”, los mangas y animes se siguen considerando productos infantiles o de dudosa calidad artística).
Ahora bien, si ser parte de la cultura friki, desde sus orígenes (en la década de los ochenta) y hasta la fecha, conlleva una serie de señalamientos, juicios de valor y exclusión social; ser mujer y ser friki implica ser “el Tercer Estado del Tercer Estado” [Término utilizado por las mujeres que participaron en la Revolución Francesa para denunciar la exclusión de sus derechos y su condición de ciudadanas del proyecto igualitario defendido por los revolucionarios franceses (Amorós y De Miguel (2020). El “Tercer Estado” estaba constituido por la población menos privilegiada: los campesinos, comerciantes, artesanos, etc.].
Las mujeres frikis, desde que nos identificamos como tales (normalmente en la adolescencia, cuando estamos en el proceso de configurar nuestra identidad), somos objeto de cuestionamientos constantes, tanto en nuestro entorno familiar como en el entorno social. En casa, nuestros padres nos preguntan confundidos: “¿Por qué te gustan los cómics de Batman si eres una mujer?”. En la escuela, los profesores nos advierten: “No puedes esperar que los hombres te respeten si lees esas historias de pornografía china”. En el trabajo, si nuestros colegas descubren que hacemos cosplay nos preguntan con indignación: “¿Por qué te disfrazas si no es Halloween? ¿No estás ya muy grande para estar exhibiendo tu cuerpo de esa manera?”. De tal suerte que, cuando nos integramos a alguna de las comunidades de fans que conforman la cultura friki (como el fandom otaku, comiquero, cosplayer o gamer) lo hacemos con la intención de encontrar un espacio seguro donde podamos ser nosotras mismas, un espacio para compartir aquello que nos apasiona y le da tanto sentido a nuestras vidas. Sin embargo, muchas veces, lo que nos encontramos es un espacio donde los hombres nos ponen a prueba constantemente para saber si somos “verdaderas frikis”, donde minimizan nuestro capital cultural friki, donde se nos juzga en función de cómo nos vemos y de qué tan sexualizables somos.
Si nos cosplayamos tenemos que estar dispuestas a que los hombres nos toquen sin nuestro consentimiento, porque nuestra razón de ser como cosplayers no es cumplir la fantasía de convertirnos en determinado personaje ficticio por un par de horas, sino en cumplir la fantasía masculina de materializar dicho personaje para que puedan hacerlo suyo, aunque sea por unos minutos. En el fandom gamer, sobre todo cuando juegas un MOBA (Multiplayer Online Battle Arena), debes evitar a toda costa abrir la boca, porque en el momento en que un jugador escuche tu voz y descubra que eres mujer, va a preguntarte una y otra vez si tienes vagina, como si fuera un niño de 5 años descubriendo la diferencia entre los sexos. Peor aún si eres una streamer. Tu valor comercial dependerá de cuanta ropa traes puesta, no de tus habilidades como videojugadora. Porque, para ellos, las mujeres frikis no somos las protagonistas de nuestra propia historia, nuestras superheroínas, somos ese personaje femenino que está ahí para devolverles la autoestima perdida; ese personaje que debe ayudarlos a levantarse después de cada caída, al mismo tiempo que les embarramos las bubis en la cara. Estamos ahí para maternarlos (Mikasa Ackerman), para sacrificarnos por ellos (Rei Ayanami) y para reforzar su virilidad (Catwoman). Hasta que decidimos que YA NO.
Decidimos que queremos ser como Imperator Furiosa y ayudar a nuestras hermanas a liberarse de toda opresión; que queremos ser como Capitana Marvel y decirle a cada hombre que cuestione nuestras habilidades: “I have nothing to prove to you”; que queremos ser como Harley Quinn sin el Joker, que queremos cumplir el sueño de Daenerys Targaryen y romper la rueda… Que queremos ser como los personajes femeninos empoderados y sororos que están ahí para nosotras cuando la misoginia del mundo trata de ahogarnos, quebrarnos y desaparecernos. Aquí estamos, no nos rendimos, hasta que todos los mundos, reales y fantásticos, sean para todas y todos.
Bibliografía:
- Amorós, C. y De Miguel A. (2020) Teoría feminista. De la Ilustración al segundo sexo. Madrid: Biblioteca Nueva.
- Camacho Quiroz, N. P. (2023). Mi norte tiene superpoderes: Construyendo modelos de conducta a partir de la cultura friki. Comunicación y Sociedad, e8416. https://doi.org/10.32870/cys.v2023.8416
1 De acuerdo con Camacho (2023) el friki es “un aficionado del anime (animación japonesa), manga (historieta japonesa), de los cómics (predominantemente estadounidenses), de los videojuegos y de todas aquellas narrativas caracterizadas por su naturaleza fantástica, como la literatura, el cine o las series de televisión de ciencia ficción, fantasía heroica u horror”.
Nadiezhda Palestina Camacho Quiroz, doctora en Ciencias Políticas y Sociales con especialidad en Ciencias de la Comunicación por la UNAM. Ha centrado su formación académica en el área de comunicación y cultura, particularmente en el estudio de la cultura friki en México.