De cuando el cyberpunk despertó culichi… Y le sentó bien… «Narcocyborg.Las calles entre tres ríos».
Por Aarón Pedraza
Una inquietante característica de esta exhibición anual —a la que no se invitaba a los propios pacientes— era la notable preocupación de las pinturas por el tema de un cataclismo mundial, como si estos pacientes por tanto tiempo condicionados hubiesen advertido cierto trastorno sísmico en las mentes de los médicos y enfermeras.
James G. Ballard. La exhibición de atrocidades.
“Una verdad de pocos es casi una mentira”
Juan Sasturaín. Perramus
Con trabajo desarrollado en el campo del fanzine (Ex-torvo, de propuesta personal, y Parasitosis trabajo iniciado desde hace 10 años en colectivo con Julio Medina y Luis César Gaxiola) así como dos trabajos de extensión intermedia, Viaje. De paso por el sur —2014, 54 páginas en total, 36 de cómic— y Narcocyborg. Las calles entre tres ríos -2012, 74 páginas, 54 de cómic-, Evaristo Lugo Tovar, oriundo de Culiacán, Sinaloa, ayuda a dar solidez a una narrativa gráfica local más interesada en el desarrollo de propuestas autorales.
Formado en filosofía por la UAS y como artista visual por la ENPEG, La Esmeralda, Lugo Tovar toma de base la narrativa gráfica para crear Narcocyborg. Las calles entre tres ríos, trabajo de carácter más bien reflexivo que le llevó 2 años de elaboración y que, ante la temática propuesta y lo árido del panorama nacional, encontró en la autoedición la opción más viable para darle salida impresa.
Con un tiraje de 200 piezas y una introducción de Ana Bell Chino, el trabajo se compone de 11 microrrelatos que recurren al cyberpunk para construir una alegoría de ambiente localista en la que Culiacán, Sinaloa se encuentra inmersa en la violencia desatada durante el gobierno de Felipe Calderón, violencia que al día de hoy permanece inamovible y que alcanza niveles absurdos —pero que muchas veces se vieron en espacios como El Blog del Narco—, donde youtube sirve para mostrar la violación y decapitación de mujeres levantadas con el único objetivo de intimidar al rival, o donde la sensación permanente es de inseguridad, de no poder distinguir entre el bien y el mal pues es claro que autoridad y delincuencia están coludidas, que probablemente el ejercito recurre a estrategias similares a las de los delincuentes y que ideas como la del testigo protegido resultan simplemente rebasadas.
Crítica a una violencia absurda de la que también participa gustosa una parte importante de la población, donde el sinaloense promedio puede morir en plena fiesta gracias a la bala perdida que resulta de una borrachera anónima, y donde todo ello no impide la admiración al delincuente y toda su parafernalia, lo que termina por normalizar dicho ambiente, impactando en todas las esferas sociales —la economía, la política, el arte, etc.—, absorbiendo y transformando a hombres, mujeres y niños, que en una lógica aspiracional nada debe desperdiciarse.
La historia se construye a partir de personajes que funcionan como símbolos de una realidad más amplia: Brazo de fierro, sicario reconstruido tecnológicamente como metáfora de una violencia indestructible, y Ariel Valencia, artista culiacanense cuyas narcoinstalaciones con cuerpos desmembrados a la Demian Hirst recuerdan el sector más oportunista del arte contemporáneo, preocupado sólo por su propia inserción en dicha esfera y la ganancia que ello le pueda representar.
Personajes acompañados por un telón de fondo en el que enfrentamientos, ejecuciones y marchas por la paz conviven con cyborgs —el Dr. X-Telio, homenaje a Stelios Arcadiou Sterlac o la amante cyborg de Ariel Valencia— y donde el recurso de la metaficción permite al autor atestiguar y reflexiona sobre la violencia que recorre la ciudad, donde los cuerpos mutilados parecieran ir construyendo una masa permanente —¿una nueva carne?— y lo mejor pareciera ser el quedarse callado.
A nivel gráfico, la ciudad se vuelve reconocible en su malecón viejo, su Catedral, el mercado Garmendia o sus tiendas departamentales, donde los lugareños que orgullosos portan las gorras y camisetas de los equipos locales —los tomateros de Culiacán o Los Dorados de Sinaloa— y donde todo es acompañado de una violencia que recuerda más a las imágenes de los fanzines de hard core o trash —muchos personajes portan ropa con logos de los grupos de metal locales—, violencia distinta al espectáculo simplón tan recurrente del cómic mainstream.
De hecho, la composición de algunas páginas hace ver a los personajes como expuestos en vitrinas en las que no todo es coherente: las patas de una araña gigante asomando debajo del sicario al que intentan destruir o las manos metafóricamente mutiladas de un doctor que traiciona a su cliente ayudan, más que a lo narrativo, a resaltar las posibilidades del dibujo para generar emociones.
No es extraño que el trabajo cierre, luego de la catarsis, con la resignación de saber que difícilmente las cosas cambiarán, pero donde también aparece una última ironía sobre el dibujo y el arte contemporáneo.
La idea de presentar estéticas híbridas donde la hipertecnología convive con la periferia no es nueva. Sleep dealer de Alex Rivera, (2008) por ejemplo, nos presenta con enorme acierto una Tijuana “futurista” —y muy conservadora— que logra acercarse a la estética Blade runner (1982, Ridley Scott), pero donde desafortunadamente el resultado se pierde en un melodrama terriblemente insípido.
A diferencia de la película, Evaristo Lugo no da concesiones y muestra una violencia que trabaja en distintos niveles: de la violación y el asesinato al cuerpo destazado y del cuerpo reconstruido tecnológicamente al aplauso popular. Todo enmarcado en una ciencia ficción que alude a la realidad actual y donde la tecnología, el narcotráfico y lo gore conviven pero donde ya a nadie le interesa.
Pero también aparece otra lectura: y es que, contrario a aquellos trabajos donde la temática social es el punto de partida (pero donde es frecuente encontrar solo la confirmación —un tanto didáctica y oficialista— de las ideas previas del lector: la queja contra el gobierno en turno, la simplificación de buenos y malos, etc.), Lugo Tovar logra un trabajo marginal que refleja la ganancia que le significa al medio las posibilidades de la autoedición. Es fácil suponer que frente a un editor corto de miras el trabajo hubiera recibido al menos dos respuestas: a) “al mercado no le interesa un tema tan local” o b) “lo explícito de la violencia no tiene razón de ser”.
Autoedición que al estar —al menos— en la biblioteca pública Vasconcelos —y si bien un ejemplar en un único espacio no impacta en términos de lectura—, apunta a otra de las grandes lagunas de la historieta mexicana actual: su ausencia en los espacios públicos, error cometido en tiempos pasados y que continúa en la actualidad —por causas que conviene desarrollar en otro texto—.
¿Cuántos de estos materiales se han perdido —y seguirán perdiéndose— favoreciendo así la lectura permeada por criterios del marketing editorial o la institución oficialista? Acercarse a la historieta mexicana actual invita a una labor minuciosa —pero crítica— que sepa acompañar la novedad editorial o la franquicia de moda con aquello que también se produce en los diferentes circuitos que comparten el interés por el medio.
¿Dónde se puede ver «Narcocyborg.Las calles entre tres ríos»? Además de la Vasconcelos, el autor subió una versión en inglés a su blog personal, donde también es posible contactarlo directamente: https://evaristorietas.wordpress.com/