Tiene espinas el rosal de adrenalina de José Quintero
Por Conrado Parraguirre
Flor de adrenalina (2009) se ha convertido en el ilustropoemario underground mexicano best seller por antonomasia. Su nueva edición es una muestra de ello, pues en un país donde es complicado vender poesía o agotar tirajes de historieta –e incluso hacer medianamente redituable casi cualquier producto cultural– una cuarta edición resulta toda una proeza. Máxime si el autor lo gestiona desde la marginalidad y de manera independiente. Pero antes de comentar el libro, quisiera esbozar una breve aproximación al origen de la ilustropoesía.
José Quintero es heredero de una de las tradiciones primigenias de la narrativa gráfica. Aquella que imbrica verso y dibujo, en lo que algunos autores, como Tamryn Bennet, denominan Comics poetry, y cuyo ejemplo se puede apreciar desde las aleluyas del siglo XVIII, pasando por la obra de Wilhelm Busch, Max und Moritz (1865), hasta (¿por qué no?) el Buba vol. 1 (2000). Sin embargo, el caso de Flor de adrenalina, se debe cocer aparte, pues el autor prescinde de las viñetas y los globos de diálogo para experimentar otro tipo de relación entre texto e imagen, en algo que ha llamado ilustropoesía.
El embrión de la ilustropoesía se puede rastrear en el famoso taller Venegas Arroyo, de donde emergió una destacada generación de grabadores, entre ellos José Guadalupe Posada, cuya obra plástica en las hojas volantes acompañó corridos, décimas, entre otros textos (esta coincidencia no es gratuita, ya que Quintero logró emular el estilo del grabador para algunas de sus páginas contenidas en el Buba Vol. 1).
A pesar de que las hojas volantes tenían cierta esencia de ilustropoema, no existía una relación dialógica entre imagen y texto, pues los grabadores no eran quienes escribían los versos, ni los escritores ilustraban sus líneas. Lo que sin duda arroja luz sobre una de las características de la ilustropoesía: tanto los versos como la ilustración deben ser realizados por un mismo autor. Ahora bien, ya establecidas de forma sucinta algunas nociones y precedentes de la ilustropoesía, podemos abordar el libro en cuestión.
Lo primero que cabe mencionar sobre la nueva edición es que su estado actual es producto de variaciones obtenidas a lo largo de sus sucesivas publicaciones. Debido a que la primera edición corrió a cargo de editorial Resistencia; la segunda fue una edición de autor –bastante cercana al resultado presente de la obra–; y la tercera se llevó a cabo gracias a una coedición con el gobierno municipal de Puebla. En dicho trajín editorial, la Flor de adrenalina algunas veces ha remplazado ciertos pétalos por otros, y otras más, ha incrementado su follaje. De modo que ahora podríamos estar hablando de una nutrida edición definitiva, que el autor ha cosechado con paciencia de horticultor.
Quien conozca la obra de Quintero, encontrará en su ilustropoesía los motivos que le obsesionan. Temas que no ocultan su corto paso por la facultad de filosofía, y que, como los filósofos, busca las verdades últimas del amor, de la muerte y de la vida (que de hecho son justo los tres tópicos bajo los que estructura el libro). Y he aquí una curiosa tensión antigua entre filosofía y poesía que el autor parece encarnar, pues al abandonar la facultad para seguir la senda de la poesía, sucede lo enunciado por María Zambrano, cuando escribe sobre el triunfo de logos filosófico como modelo occidental: “Desde que el pensamiento consumó su ‘toma de poder’, la poesía se quedó a vivir en los arrabales, arisca y desgarrada diciendo a voz en grito todas las verdades inconvenientes; terriblemente indiscreta y en rebeldía”.
Lo anterior resulta significativo, porque si la poesía ya era marginal, el trabajo de Quintero lo es por partida doble. Debido a que el prejuicio que pende sobre la historieta y la ilustración –una por considerarla infantil y la otra por juzgarla como un elemento meramente ornamental– no ha logrado ser erradicado del todo. Pero de momento, esas son espinas de otro rosal.
A pesar de la confrontación poética-filosófica, el ilustropoeta no cede, y como buen alquimista consigue equilibrar una gráfica densa con versos barrocos dentro de la página. Porque la disposición de dichos elementos en el espacio de la hoja, también juegan un papel importante, que permiten al lector captar el diálogo ilustropoético.
Por ejemplo, en el poema “Reino animal”, el autor escribe: “¿Te acuerdas de la ves que iba borracho/ y te acaricié los senos sin decir ‘agua va’?/ Fue un pequeño paso para el hombre,/ pero un gran salto para el reino animal”. Lo anterior crea una relación con la imagen, pero no como adorno para señalar lo ya escrito, sino como otra metáfora inherente al ilustropoema. En la gráfica observamos una luna oscura en el firmamento y un simio de trazo irregular (en lo que casi parecería un boceto) extendiendo su mano para alcanzarla. Y es en la asociación del verso con la imagen donde opera la ilustropoesía, pues ambos elementos enuncian el deseo primitivo en lo que parece inacabado, lo que aún esta en construcción.
De tal modo que la metáfora de la imagen y el texto se entrelazan de manera armónica para conformar el ilustropoema. Pues como dice el filósofo favorito de todos los niños, Byung-Chul Han: “Las metáforas son el aroma que desprenden las cosas cuando entablan amistad”.
Otra cuestión que me parece digna de señalar, es la manera en que Quintero emplea el lenguaje. Algunas veces sus versos pueden ser crípticos y rebuscados, y otras más frívolos y coloquiales o –incluso– ambas cosas a la vez. Esto no es gratuito, ya que el bagaje cultural del que toma mano mezcla la alta cultura y la cultura popular (por decirle de algún modo y no enredarnos en esa otra espinosa dicotomía). Ya que en un mismo ilustropoema, bien puede mencionar el Bestiario de Borges y a la emblemática revista Duda; o hacer una analogía de Cristo con los videojuegos; y del mismo modo dedicar versos a figuras representativas de la historieta nacional, como Rius o Víctor del Real.
Por otro lado, el equilibrio en los trazos de una tinta meticulosamente aplicada para enunciar la metáfora y la métrica prolija, son elementos sustanciales en la mayor parte del libro. Y tal vez, Quintero elije la versificación por advertir algo que ya enunciaba Cioran: “El alma de la poesía es un fin anticipado y la lira sólo tiene voz después de un corazón herido. Nada hace resbalar más aprisa en la tumba que el ritmo de la rima”.
En fin, cada ilustropoema ha sido meticulosamente diseñado para el deleite de la pupila inquieta y, también, del ojo inquisidor que mira con recelo. Invitados están a descubrir la colorida metáfora en flor contenida en este rosal de adrenalina.
José Quintero, Flor de adrenalina, Mono Barroco, Ciudad de México, 2022, 143 pp.
Conrado Parraguirre(Chetumal, Quintana Roo), es maestro en Literatura Aplicada por la Universidad Iberoamericana Puebla. Ha publicado poesía y relato en diversos medios, de donde destacan las antologías: Pinos Alados: Una selección (2020) y Letrinas del Cosmódromo (2022). También ha publicado cartón e historieta; y participó en las dos ediciones del Almanaque de Narrativa Gráfica MX, con un e-book autoeditado de nombre Fallas técnicas (2020) y un fanzine de ilustropoesía llamado Parraguirre. El misántropo amistoso (2021). Actualmente ejerce su derecho a estar errado.