Melodía de lluvia para tarde otoñal:
Canción de otoño de Idalia Candelas
Por Carolina González Alvarado
Aquí viene él, fatigado por la pasión de la caza y agotado por la inclemencia del sol, sus labios buscan el agua que mitigue su sed, pero en el ansia por calmarla, nace otra sed, porque, “beber es preciso, cierto, pero el agua no siempre está al alcance de los labios, o si lo está no es la que buscábamos, o si lo es, no sabemos beberla sino considerarla, ver en ella la vida que se va”
Juan Vicente Piqueras
El que ama inevitablemente está sediento, como Tántalo buscando el agua que alivie la angustia de su deseo, así vive quien anhela al ser amado, porque, dice el poeta, esta sed solo se apaga con otra sed; porque la ausencia acrecienta el deseo y dibuja una silueta que, a pesar de los esfuerzos de la memoria, comienza a perder su forma.
Se ama entonces una esperanza sin materia, se cree que es cuerpo lo que es agua y se desea aún más. Ante el abismo que ha creado la distancia y frente al dolor que se ha instalado en el pecho, se teme que quizá se ha perdido la capacidad de sentir algo más que no sea desolación. De pronto, en un arrebato, quien ama indaga en el error fatal que provocó esta ausencia, busca en el fondo de una taza vacía una pista, la clave para reparar lo irremediable, escudriña en la repetición continuada de escenas del pasado para hallar algo a lo que abrazarse y se niega a olvidar los tonos de esa voz. El que ama extiende los brazos hacia una imagen que se deshace al tacto para encontrar, una vez más, el espacio donde se alberga la añoranza, porque aquel que podría calmar su sed, se ha ido.
Canción de otoño de Idalia Candelas, publicado por la editorial Candelas y Punto, explora las sensaciones, pensamientos y emociones que la ausencia detona. A través de una narrativa en primera persona y desde el punto de vista de un personaje femenino, el lector transita en el intricado camino de un proceso de duelo. Apelando a la metáfora de lo vegetal y el otoño, la autora construye escenarios donde flores deshojándose y calles empapadas por la lluvia, se convierten en símbolos del dolor y el extravío que dejan tras de sí una ruptura.
Por medio del contraste entre el blanco y negro, así como una elegante escala de grises, Idalia Candelas consigue hacer del silencio una imagen que representa el mundo interior de su personaje protagonista. En este sentido, la obra invita a romper la distancia con ella para aproximarnos a sus reflexiones, a la intimidad de su habitación, a la fragilidad de su desnudez o al bullicio de las personas que le rodean y cuya sonrisa se convierte en una afrenta que acentúa su soledad.
Por otro lado, es de destacarse el cuidadoso diseño editorial de Canción de otoño. Publicada en pasta dura, en un formato que recuerda la cercanía de un diario, y acompañada de una tipografía que proviene de la pluma de la propia autora, la obra prioriza la materialidad del libro para, a través de la textura del papel y de la tela que rodea las guardas, apelar a los sentidos del lector. En este aspecto, el formato de publicación va más allá de funcionar como un soporte para convertirse en un mecanismo que configura una experiencia tangible.
Asimismo, las páginas del libro están cuidadosamente encuadernadas con hilo un rojo lo cual, resulta también significativo puesto que, en el contexto de la mitología china y japonesa, el hilo rojo representa la unión, casi divina, de dos personas cuyos destinos están entrelazados. De modo que este hilo podrá estirarse, enredarse, pero no podrá romperse. Si bien, Canción de otoño se adentra en el precipicio de la pérdida, a través de sus materiales, se sugiere un sentido adicional a la obra que apunta a la irreductible huella que deja el paso del otro y a los lazos que sea crean cuando los encuentros son posibles.
Sin embargo, a medida que la narración avanza, se devela que, a pesar de la tortuosa invasión de recuerdos que persiguen a la protagonista, de la corrosiva añoranza, de los apretados nudos que comprimen su psique y los borrones de tinta que se expanden entre sus notas, existen senderos donde el dolor se convierte en un bello canto, donde la sed se dibuja y las alas de un ave se despliegan aún sobre el cielo nocturno.